miércoles, agosto 27


Tan solo acababa de despertarme en mi cama con aquella canción de james morrison prisionera en la cinta de mejores éxitos o lo que yo consideraba grandes éxitos, éxitos de the doors, de los strokes, radiohead, hendrix, los grandes que solo se escuchaban a sí mismos, las canciones que no le importaban a nadie, y todas esas cosas. Tan solo acababa de despertarme en mi cama, en el tampón de lágrimas y corcho para botellas, el rectángulo de la calvicie, y el teléfono ya reptaba por el suelo buscando mi mano. Decidí ignorarlo. Treinta y cinco grados tropicales y más de diez horas de sueño habían hecho de mi boca una carretera recién asfaltada, y de mi voz un eco del más allá, recordándome a cómo mi abuelo me hablaba desde su mecedora con su bastón y su ceño fruncido, que entre peligro y peligro lanzaba una advertencia más amenazadora que la propia muerte “nunca te metas en bragas que están para lavar”, aun sigo sin entenderle. 

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