martes, junio 3
A la mañana siguiente sonó el despertador como el hacha de un verdugo, y me partí en dos cuando no encontré tus pies nevera acampando entre el edredón. Ahora era yo quien cerraba mi propia puerta, el único reflejo en el espejo retrovisor, y la despensa, con la puerta de abedul que compraste, la mina de diamantes que escupía delitos en barra sin parar, ahora solo mantiene frescas y a salvo de la luz latas de sopa y cereales rancios que flotan como chalecos salvavidas incluso cuando los consigues vomitar. Y todo lo que se de ti se queda con los posos del café debajo del fregadero, a la voz de, bueno, ya lo fregaré mañana, y me olvido de ti sin saberlo y con poca preocupación, sabía que no te ibas a mover de allí, bueno, a donde ibas a ir de todas maneras si ya no estabas.
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Qué deprimente.
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