viernes, julio 26
EL PALCO DE LOS LEONES
Subí a ese balcón a perder la conciencia, abrí una botella de cerveza y la dejé en el suelo, como un suicida que abandona en el último momento y deja la pistola en la mesita de noche porque aún no tiene unas últimas palabras, ese valiente anacoreta del destino que espera ser tocado por la mano de Dios antes de apretar el gatillo, disimulando lo evidente, que la vecina de enfrente que te mira de reojo no apagará el televisor para venir a rescatarte, que hoy no habrá tormenta, ni se apagarán las luces de la ciudad solo para que pares. Entonces le di un trago y ella supo llenar el vacío que habían dejado tus palabras con un silencio repulsivo, y no pasó nada más. Abrí otra y tú seguías sin aparecer, no sonó el timbre y seguí dándole la espalda a la puerta, enfadado con ese trozo de madera que no tenía la culpa de nada, pero te dejó marchar. Aquí nos han visto gritarnos y mordernos, apuñalarnos con la lengua y desayunar con más de cuarenta grados de alcohol, a ti en bragas y a mí tirando de tu sujetador.
Morreé la botella hasta que solo quedó espuma en el fondo, ya no sentía los dedos, escurrí su cuello metiendo el índice en su ojo, alargué el brazo y la dejé caer, rodó y jugó con el borde del precipicio, había más de un palmo entre la valla y el suelo, intenté alcanzarla con el pie pero solo conseguí empujarla un poco más, y al final saltó. Después de eso no recuerdo nada más.
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