lunes, julio 29

CAP. III


Bajé tambaleándome sobre los escalones hasta llegar al portal, torturé al buzón metiéndole la mano por la garganta, empujé con las uñas sus secretos y se los hice vomitar, discriminé las mentiras con la propaganda y me quedé con los ocho sobres que habían perdido el pegamento por el paso del tiempo. Uno de ellos era antiguo y barato, no llevaba sello. La solapa estaba arrugada y daba la sensación de que todo lo que llevaba dentro eran cosas vintage, como el terciopelo, la moqueta o tú. 

Las facturas se tornaban en secuestros en los que pedían rescates a máquina y amenazaban con insistir. Para entonces, solo encontraron un contestador automático que no estaba dispuesto a negociar. Era evidente que nadie había estado allí, pero de alguna manera no pensaban abandonar su esquizofrénico acoso hasta obtener lo que ellos querían. Imagino que cuando no cupieron más y ya asomaban por la boca del buzón, empezaron a lanzarlas contra mi puerta, esperando que fuese un ermitaño trastornado con agorafobia. Nada más lejos de la realidad. Pero yo ya no estaba.  

Abro la carta despellejando los bordes, que se han pegado haciendo costra entre las letras, y los dobleces tienen la fragilidad del papel de fumar. Las cartas siempre me han parecido algo demasiado autoritario, exigente y de maníacos. No se puede contestar a una carta, no puedes hablar con el papel, tú me las enviabas constantemente antes de colonizar mi habitación, sentenciando mi opinión a cadena perpetua en una cárcel de silencios. Te coronaste reina y todo lo que salía de tu boca era una orden real; si alguna vez didscutimos algo no pasó de los preliminares y tu rotunda decisión de llevar la razón.
Acostumbrado a llamarte mi señora, ahora que ya no tengo dueña tus palabras ya no me pertenecen, soy un pirata con síndrome de Estocolmo abordando tus líneas en busca de algún tesoro oculto entre los espacios y las corridas de tinta.
 

Houston, el universo tendrá que esperar.

1 comentario:

  1. En realidad las cartas tienen su punto, y lo sabes. Aunque a veces no digan lo que tú quieres leer.

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