viernes, agosto 2
CAP. IV
Había más de ti en un trozo de papel que de mí en todo el edificio. No escribías demasiado bien, pero cada palabra era tuya y a mí con eso me bastaba, recuerdo cuando podía adivinar con quién hablabas sólo por tu tono de voz, rara vez decías algo, aunque no parabas de reír. Entonces vivíamos de inspiraciones robando el aire a bocanadas, conduciendo a ciento cuarenta, los segundos se mecían del uno al otro y así perdíamos las horas, independientes de nosotros, como la gente a través de la ventana.
Aquí guardo todas tus despedidas de fogueo, en el maletero, con los trastos viejos que aún no he tirado después de la mudanza, una percha, una falda, una agenda, dos carretes sin revelar (lo único sin revelar es el misterio de tu ausencia) y unas gafas de sol. Qué poco me importaban todos esos aparatejos amontonados en una esquina del vagón de atrás, viajeros constantes que no pagan billete y sin embargo me pasan factura. Y ahora, una carta. Todas esas cosas que se dicen pero no llegan a ninguna parte, como si en el camino encontraran un semáforo en rojo o una señal de stop.
Encendí el motor, esperé con un pie fuera mientras decidía a dónde ir, iba jugando a la ruleta rusa con todos los lugares donde habíamos estado, descartando también los rincones de media noche y los bares de mala muerte, si iba a deshacerme de ti (o de mí) al menos quería que nadie mirase, era como esconder un cadáver llevando la pala en el asiento de atrás, con las botas manchadas de barro y todo el equipaje. Cerré los ojos, encendí un cigarro y lo dejé quemar. Me quedé dormido, otra vez. Y al despertar, una quemadura y un agujero en el pantalón.
Si no tengo nada que ofrecer ni lugares a los que ir ni tengo nada que perder, mi sitio no está aquí.
No tenía ni puta idea de donde estaba el sol o dónde cojones te lo guardabas, llevaba cinco minutos al volante y ya parecía que había recorrido todas tus curvas, los 944 corren tan rápido como les dejas, el viento te afeita los pulmones y te peina los brazos con la raya de lado, los mosquitos se tumbaban en la luna para mirarte las bragas, yo lo hacía por el retrovisor.
Suenan The Clash por el estéreo y voy dando golpecitos con el pulgar sobre las marchas, no llevo el ritmo ni escucho la canción, apenas me entero de nada, la cabeza me da vueltas y el estómago también quiere participar, pero no hay donde parar. Mi vida es un carril de doble sentido sin medianas de seguridad ni áreas de descanso, solo gasolineras para repostar y cunetas para cuando me siento algo perdido.
El mono de ti, mi droga experimental, me hace volver a casa sin haber conseguido nada, no puedo alejarme hacia ninguna parte ni escapar, ni huir, ni desaparecer, sin tener la sensación de que cada vez estás más cerca, y ya no sé si es que tu corres o yo no voy en la dirección correcta.
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Me encanta el final.
ResponderEliminarLa dirección y la velocidad afectan por igual al destino, tu deber es ser puntual. ;)
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