Antes de darle la patada a la silla y quedarme colgado de los barrotes de la segunda planta, con el cable separándome la lengua de la traquea, represento el mayor papel de mi vida como víctima innecesaria del asesinato en primera persona de un narrador medio bebido. El suicidio emocional más estúpido de la historia y la razón número uno para el abandono en cualquier país. El dejarme en paz, encontrar el camino, doblar esquinas o subir escaleras hasta lo más alto de un edificio representa todas las excusas y las diez mil formas de pedir perdón, aunque ya sea un poco tarde, a quienes esperaban algo más y solo encontraron setenta kilos de pura decepción parlante. A los que pidieron algo mejor y solo pude ofrecerles algo diferente, porque nunca he podido competir con nadie, aunque ellos tampoco pueden competir conmigo. Y si ahora elijo el camino fácil, desaparecer, que es la dirección opuesta en todos los sentidos, es porque ya he tenido suficiente. Porque yo también he tenido ilusiones y ya he apostado a todos los números de cada color, pero nunca he ganado.
He mendigado manzanas a las puertas del edén, he follado con prostitutas para no sentirme solo y he bebido aceite para calmar la sed.
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